Pablo Correa

La reforma que falta

Por: Pablo Correa | Publicado: Viernes 25 de septiembre de 2015 a las 04:00 hrs.
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Septiembre, mes de la patria y del presupuesto nacional. Entre tanta celebración y reforma es necesario volver a poner la mirada sobre el Estado, sus cuentas y tareas pendientes.


Sin lugar a dudas, la discusión del Presupuesto para el año fiscal 2016 será compleja, y necesitará de, como nunca, una mirada que trascienda al próximo año calendario. Podemos separar los temas entre las dinámicas que afectarán a los ingresos, los temas pendientes respecto del gasto, y el objetivo deseable del equilibrio presupuestario.


Tal vez lo más sencillo este año será la discusión respecto de los ingresos. Sencillo porque la película es definitivamente mala, y no hay mucho espacio para estar en desacuerdo. Con un crecimiento efectivo del PIB que con algo de buena suerte estará en torno a 2,5% y una corrección de 80 puntos básicos en el crecimiento potencial, la recaudación tributaria no minera tiene poco espacio para mostrar una expansión importante. Esto pese a que la elasticidad entre demanda interna y recaudación ha aumentado producto de la reforma tributaria y la disminución de la elusión tributaria. Finalmente parece que se están pagando los impuestos y ésta es una muy buena noticia. No obstante, los objetivos absolutos de dicha reforma parecen distantes al mostrar la economía un crecimiento efectivo y de largo plazo menor. La lección es evidente: no importa solo sacar un pedazo más grande de la torta, sino también que ésta siga creciendo. Si a esta dinámica le sumamos la caída estructural en el precio del cobre –pese a que la fijación de su precio de largo plazo parece bastante optimista-, las holguras no estarán por el lado de los ingresos fiscales.


Por un momento saltémonos el gasto, y pensemos en la necesidad de llegar a un déficit, equilibrio o superávit estructural, y a qué plazo. Las dos ideas que a veces se pierden en la discusión son, primero, no olvidar que los factores que hace 15 años determinaron la necesidad de un superávit no han cambiado: el cobre es un recurso no renovable que en algún momento del tiempo puede dejar de aportar, la necesidad de contar con recursos para los pasivos contingentes (previsionales mayoritariamente), entre otros, siguen presentes, y por lo mismo, pensar en superávits estructurales sigue siendo necesario. Lo segundo, es que como toda regla, lo importante es que se cumpla. Si bien es necesario que tenga flexibilidad para afrontar crisis exógenas (naturales o externas), no cumplir la regla hoy tiene costo prácticamente cero. Esto debiese dejar de ser una decisión discrecional del ministro de Hacienda de turno, y tener una institucionalidad más robusta.


Finalmente, pensemos en el gasto. Esta es la reforma que falta entre la alegoría de proyectos... la reforma al Estado. Desde un punto de vista de las relaciones laborales, probablemente ningún sector está más al debe que el Estado: problemas de reclutamiento y mantención de talento, de autonomía de organismos técnicos capturados por el poder político, dotar de capacidad a las autoridades intermedias para gestionar sus recursos, etc. Por otra parte, en tiempos de vacas flacas siempre se pide ajuste y eficiencia. Al menos en el sector privado esto es así, entonces, ¿por qué no pensar en una revisión seria, exhaustiva y de largo plazo respecto de la orgánica del gobierno central? ¿Cuántas divisiones compiten entre sí, o duplican funciones o bien han quedado obsoletas por los cambios que ha experimentado el Estado, sin que se haga nada en una inercia que explica cerca del 80% del gasto fiscal? Esta puede ser una oportunidad no sólo de ahorro, sino de inyectar nuevos bríos y productividad al aparato estatal, es decir, no necesariamente menos Estado, sino mejor Estado, aunque por supuesto que implica pasar a llevar a cientos de grupos de interés.


Con todo, un Estado mejor es una tarea largamente postergada por varios gobiernos, pero necesaria y ansiada por quienes creemos que el rol del Estado es irremplazable, y por lo mismo, es imperante contar con una administración pública moderna, eficiente y orgullosa. En definitiva, puntos de mejora sobran, y en tiempos de ansias refundacionales, ¿no sería mejor partir por casa?

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